miércoles, 31 de octubre de 2012

Las manitas juntas

Mañana, día 1, hará un año que falleciste, tita monja; un año ya que te encontramos muerta y sin ojos en tu pisillo de seglar, con las tetas al aire, tan pipotudas, tan mantecosas, y el rosario colgado en la misma alcayata donde se te curaban los chorizos y la gula que te mandaban del pueblo las gentes agradecidas y feísimas a las que curaste con tu saliva milagrosa. Te fuiste con los santos tan ciega como viviste, amor mío, llena de Dios verdadero hasta en las babas que ya no podías controlar y que te devolvían a una infancia catastrófica de reglamentos y palmotazos en el chocho. Siempre supiste, mi vida, que el Cielo estaba en la tapa del ataúd que nos techa, y aún así te consagraste a las rosquillas piadosas, a las manitas juntas y a mi desamor, tita monja, tan bonita. Un año ya. Guardé tu dentadura y tus aromas en vidrios sagrados, ¿lo sabes?, y dejé como la patena la región cerebral que, a modo de bodega reverberante, reservé para tu voz de chiquilla anciana. Y aquí sigo, tita, tita monja. Suspirándote en Difuntos, corazón.

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