Oculto tras el consuelo que todo ser humano bien nacido debe brindar, abrazas a esa amiga de tu novia (sin tu novia delante) que está pasando un mal rato. Y se te pone gorda. Sí, amigo, sí: se te pone gorda. Un abrazo inocente, cariñoso, cálido, sin malicia, de hermanos; un abrazo de esos apretadicos y levemente cursis, de esos jipis, de esos en los que retrasas el frotamiento final de la espalda, señal de que ya quieres dejarlo. Se te pone gorda. La amiga de tu novia es un quesito por más que sufra, que llore, que lo esté pasando como los perros. Un quesito desvalido. Te la pone gorda. Hay que olvidarse de que eres un tío y de que está buena, hay que abrazarla porque está chunga y lo necesita, y tú también, qué gorda se te pone. Lo guay es pensar e incluso afirmar (cuando estás borracho, hijoputa) que la amistad asexuada entre pavo y pava es posible. Sí, muy bien, pero a ti se te está poniendo gorda. La pena no impide, qué va, que las tetotas se te aplasten en el pecho. ¿Y sabes qué? Ellas lo saben.
No hay comentarios:
Publicar un comentario